1. Introducción
La obesidad constituye uno de los
mayores y más prevalentes problemas de salud a los que se enfrenta la sociedad
moderna. Se define como un exceso de peso a expensas de la masa grasa. Es una enfermedad
crónica, compleja y multifactorial resultado de un desequilibrio entre la
ingesta y el gasto energético.
Afecta a un gran porcentaje de la población,
abarcando todas las edades, sexos y condiciones sociales. En el caso de la
obesidad infantil y juvenil (2-18 años), supone un problema prevalente a nivel
mundial, y está afectando progresivamente a muchos países de bajos y medianos
ingresos, sobre todo en el medio urbano.
Para su clasificación se aceptan métodos
indirectos de medición como el índice de masa corporal (IMC), que es el
parámetro antropométrico mejor correlacionado con la grasa corporal. En el caso
de la población infantil y juvenil se utilizan como criterios para definir el
sobrepeso y la obesidad los valores específicos por edad y sexo del percentil
85 y 97 del IMC respectivamente, utilizando las tablas de Cole et all (Marrodán Serrano MD, 2006;). En la población
pediátrica (hasta los 18 años), es preciso tener en cuenta el factor edad y
determinar el percentil en el que se encuentra el IMC obtenido: por encima del
percentil 85 correspondiente a la edad el niño o niña se considera en sobrepeso
y, si es superior al percentil 97, se define como obesidad. La consecuencia que
cabe esperar de todo ello en un futuro cercano es el aumento de las
enfermedades crónicas, una reducción de la esperanza y calidad de vida. Así
pues, resulta evidente la necesidad de desarrollar programas de prevención
dirigidos a establecer, desde edades tempranas, hábitos alimentarios y estilos
de vida orientados a la salud.
En este sentido, las evidencias disponibles
hasta el momento indican que una intervención educativa de enfermería, a través
del consejo dietético y la educación nutricional correspondiente, podrían
mejorar e influir positivamente en la evolución del sobrepeso y obesidad entre
los más jóvenes en el ámbito escolar. (Calatayud Saéz & Calatayud Moscoso del
Prado, 2011)
La educación nutricional forma parte de la Educación
para la Salud, y debe ser abordado como tema transversal a trabajar con los
escolares desde las diferentes áreas del currículo en el ámbito educativo. La
Educación para la Salud es un campo de actuación compartido por docentes
(escuela) y profesionales de enfermería, debe implicar a toda la familia y
Comunidad. En los últimos años, el interés sanitario en educar a la población
infantil y juvenil en hábitos alimentarios saludables y de ejercicio físico, se
debe al aumento de prevalencia de obesidad junto con otros trastornos del
comportamiento alimentario (anorexia y bulimia) en este grupo de edad.
Las
enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte y
discapacidad en los países desarrollados. Constituye un problema de Salud
Pública, que puede modificarse con la promoción de estilos de vida saludables
desde la infancia. La obesidad es un factor de riesgo cardiovascular
modificable que debe ser abordado por la Enfermera Familiar y Comunitaria. Además, si el sobrepeso se mantiene en la
segunda década de la vida, tienen un mayor riesgo de ser adultos
obesos, hasta un 80% de los adolescentes obesos se convierten en
adultos obesos, observándose una la relación positiva de la obesidad infantil
con la morbimortalidad del adulto. (Marrodán Serrano
MD, 2006;). Además se ha asociado los antecedentes del peso al nacimiento (nacer
PEG-Pequeño para la Edad Gestacional-) (De
Arriba Muñoz, 2012) con el desarrollo de intolerancia a los hidratos de
carbono y diabetes mellitus tipo 2 en aquellos niños-niñas que presentan una
rápida ganancia de peso durante los 2-3 primeros años de vida sin ser obesos en
esta época de la vida, por lo que este rebote adiposo precoz es el factor de
riesgo más determinante para su aparición. Las medidas para prevenir esta insulinorresistencia
deben empezar en la infancia y deben ir dirigidas no sólo a la población obesa
sino a aquellos niños nacidos PEG que aumentan su IMC. (De Arriba Muñoz, 2012)
Los problemas nutricionales
presentes en nuestra sociedad y las condiciones particulares (culturales,
económicas y medioambientales) de las niñas y niños españoles hacen que el
abordaje de esta problemática sea complejo, y debamos tener en cuenta los
estilos de vida, el entorno social, cultural, y la inteligencia emocional.
Prevenir la
obesidad es una prioridad de Salud Pública. Desde 1998, la OMS considera a la
obesidad como una epidemia global que constituye un importante problema de
Salud Pública en los países desarrollados, determinando como causas
principales las relacionadas con los cambios ambientales y los estilos de
vida. Lo más preocupante es que esta epidemia afecta, especialmente a la
población infantojuvenil, siendo las tasas de incremento de la prevalencia
superiores a las de los adultos.
La enfermería
Familiar y Comunitaria como profesional del cuidado integral a las personas
a lo largo del ciclo vital tienen una labor fundamental y deben dirigir sus intervenciones
a la Promoción de la salud y Prevención de la enfermedad, con el objetivo de
mejorar la calidad de vida de las personas a su cuidado. La educación
nutricional debe ser un objetivo prioritario para disminuir la prevalencia de
sobrepeso y obesidad en la infancia y adolescencia. Tenemos un nuevo reto en el Siglo XXI que será
el de invertir la tendencia de la obesidad, y trabajar con los principales
desencadenantes de esta epidemia relacionados con la alimentación, ingesta
excesiva de energía- superior a las necesidades del niño/niña, ingesta
inadecuada de alimentos básicos, exceso de proteínas, grasas saturadas y colesterol,
junto con un déficit de hidratos de carbono, fibra y algunos micronutrientes.
Para mejorar
este perfil nutricional deberemos fomentar durante la infancia y
adolescencia una ingesta de los grupos
de alimentos esenciales (en concreto, cereales, legumbres, verduras,
hortalizas, tubérculos, frutas frescas, lácteos y pescados) y disminuir el
consumo de productos no esenciales (productos de repostería, chucherías y otros
dulces, aperitivos salados, alimentos precocinados, refrescos y zumos
industriales), así como disminuir el aporte de proteínas de origen animal
procedente de productos cárnicos. Estudios llevados a cabo con la población
infantil en AP concluyen que la Dieta Mediterránea tradicional, frente a las
dietas hipocalóricas de bajo índice glucémico, junto con la educación
nutricional desde Atención Primaria, mejora el índice de masa corporal, con un
descenso importante en niños y niñas con obesidad y sobrepeso (KidMed) (Calatayud Sáez, 2011).
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